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jueves, 10 de marzo de 2011

De perros y corazones de ángel...

Un canto de fin de siglo, cuando el sexo y la sangre se vuelven en el único rito sagrado de nuestros tiempos, cuando la desesperanza y el plástico visten las calles

Un reencuentro con el cuerpo, con la piel, con el ansia de abrazar y ser abrazado, con las ganas de llorar días enteros encima de los colores de la vida, encima de la cama arropada con las sábanas de un siglo veinte ya cansado, ya repetido, ya redundante.

Con las ganas de volar y reinventar cada latido de corazón, de rojo y amarillo, de pieles azules, de miradas azoradas. De alas inmensas, de flores y de espinas, de lo que pudiera salvarnos como una religión, venerando lo humano, venerando las debilidades y sufrires, venerar las lágrimas y el semen, venerar la humanidad tan dolida, tan cargada de fantasmas, tan al borde de la noche esperando una luz en el siglo que viene. Como si a éste ya se le hubiera agotado la luz, como si ya lo único que nos quedara fuera un montón de tubos de óleo y de lienzos en blanco, nada más para ponemos a imaginar como seria, como será nuestra nueva fe, nuestra nueva religión, nuestro nuevo rito que nos salve del aburrimiento de la modernidad.

Darío se puso a pintar la agonía de nuestra fe, de la humanidad, y le puso alas y aromas ajenos para ponernos a soñar, para pasarnos la tarde viendo por la ventana de su pintura un nuevo altar, una nueva secuencia de ritos que consuelen la pobre soledad de nuestro planeta inmerso en la nada del universo.

Armando Rodríguez.

Ciudad de México 1996.

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